Como profesional formado en diferentes disciplinas del pensamiento creativo2 y el diseño, con foco en creatividad, creo firmemente en la importancia de hacer las cosas de manera metódica, atendiendo con cariño a los detalles y aportando ese toque de arte en todo aquello en lo que me involucro.
Sé y comprendo que cualquier tipo de trabajo, hasta el más digital, está basado en una serie de procesos conectados de una manera u otra con personas. Por supuesto, estas personas existen en un contexto, en un ecosistema y, a su vez, comparten vivencias con otros seres vivos. Pero desde lo que yo puedo ofrecer y en lo que puedo ayudar, mi orientación no es otra que “estas personas” y, cómo no, sus circunstancias y experiencias.
En este sentido, y haciendo un repaso en mi histórico profesional, cada vez que he ayudado o participado en algún proyecto de diseño o innovación, como creador, artesano, hacedor y, últimamente, como pensador y formador, he podido comprobar que la clave del éxito de los proyectos en los que intervenía era directamente proporcional al aguante de la empresa por no desfallecer en el proceso y al cambio personal que hacía la persona que lo dirigía –empresario, empresaria, responsable de marca, alta dirección, emprendedor, etc.–. Esto sucedía en todos los casos.