Solemos creer que comunicar es decir lo que pensamos, pero, en realidad, es lograr que el otro quiera escucharnos y que reciba el mensaje que queremos transmitir. Una comunicación eficaz no depende solo de lo que decimos, sino de cómo lo decimos, desde dónde y qué impacto genera.
Por eso, en este primer episodio de la serie de podcast ‘Repiénsate’ te propongo repensar tu manera de comunicarte.
Y no solo de comunicarte con los demás, sino, también, contigo mismo. Porque nuestra primera conversación -y, muchas veces, la más dura- es la que mantenemos internamente. ¿Te juzgas? ¿Te hablas con exigencia? ¿Te dejas espacio para el error y el aprendizaje? Esta reflexión es el punto de partida de un proceso en el que, más que aprender a hablar, abordaremos la necesidad de reaprender a escucharnos.
Spoiler: No te ofrezco (ni existen) fórmulas mágicas ni respuestas cerradas. Al contrario, te situaré ante preguntas incómodas y necesarias. El objetivo es detectar esas inercias comunicativas que limitan tu potencial creativo y emocional
Vamos a trabajar con la idea de una comunicación generativa: aquella que no se limita a emitir mensajes, sino que crea algo nuevo, que abre posibilidades, que genera confianza y que habilita espacios de colaboración auténtica.
Cuando hablamos desde la reacción -desde el miedo, la necesidad de tener razón…-, dejamos que el ego tome el mando. Y, cuando habla el ego, la persona destinataria activa su defensa. Y la conversación ya no es conversación: es lucha. Hablamos más para defendernos que para comprender. Y ahí es donde comienzan muchos de nuestros conflictos personales, laborales y emocionales.
La comunicación generativa no es solo un estilo de conversación; es una forma de estar en el mundo. Es comunicar para construir, no para imponer. Para colaborar, no para competir. Para crear vínculos, no barreras. Porque no hay creatividad posible sin comunicación auténtica. Y no hay innovación real sin conversaciones significativas que la sostengan. Cuando las personas se sienten escuchadas, respetadas y valoradas, se atreven a pensar diferente, a compartir, a proponer y a arriesgar.
Cuando hablamos de creatividad e innovación personal, solemos pensar en técnicas, hábitos, herramientas… Pero en la base de todo eso está tu capacidad de relacionarte de forma honesta y expansiva contigo y con los demás. Y esa capacidad se entrena, se cuida… y se comunica.
Y, cuando logras comunicarte así —desde un lugar más consciente, empático y responsable—, algo cambia: empiezan a surgir ideas nuevas, relaciones más sanas, decisiones más alineadas y oportunidades que antes ni veías.